Tres artículos para el debate. Macrogranjas y Garzón./La Prensa

 Hace unas semanas el ministro Garzón opinó sobre las macrogranjas a un periódico extranjero y produjo un pequeño alboroto político que además de ser usado por la oposición como artillería política tiene otras lecturas que tarde o temprano con  más tino la ciudadanía tendrá que abordar. 

Adjunto dos  breves artículos de F. Vallespín en los que se exponen algunas miradas sobre este tema.


Tener razón y equivocarse


  • / FERNANDO VALLESPÍN . Columna de El País





Nada más lejos de mí que intentar contribuir al ataque al ministro Garzón por sus declaraciones a The Guardian. Es bien fácil hacer leña del árbol caído. Si lo abordo es porque me suscita un interesante problema teórico: ¿cómo es posible que alguien que tiene razón puede equivocarse a la vez al hacerlo público? Porque creo que ambas cosas se dan en el caso que nos incumbe. También y, sobre todo, porque apunta a algunas de las particularidades de lo político como espacio sujeto a un tipo de “racionalidad” específico. Muy resumido, diría que aquí no basta con tener razón; hay que saber transmitirla y gestionarla. Pero bajemos a lo concreto. Primero, ¿por qué tiene razón? 

 

La respuesta es obvia: hay evidencia científica de que la producción cárnica tiene importantes consecuencias negativas para el medio ambiente, en particular en las macrogranjas. Este mismo periódico nos ofrecía esta semana un reportaje sobre las medidas que a este respecto se estaban implementando en Holanda para reducir el tamaño de estos auténticos centros industriales de alta contaminación.

 

Y este mismo ejemplo nos sirve para contestar a la segunda pregunta, la de por qué se equivocó el ministro. Pues, sencillamente, porque allí se van adoptando dichas medidas con discreción y a base de incentivos. Que sepamos, el ministro holandés del ramo no ha necesitado predicar en el exterior que la carne neerlandesa es “de baja calidad y de animales maltratados”. Si lo hubiera hecho, se habría enfrentado a algo parecido a lo que ahora mismo está padeciendo Garzón. Un ministro no puede poner al pie de los caballos a todo un sector productivo sin que este se le levante enfurecido. Significa ignorar las bases de eso que se llama “oportunidad política”. No era necesario hacerlo para la consecución del fin, y, como se ha visto, ha entregado una maravillosa baza al agriprop de la oposición. 

 

O sea, que ha sido políticamente inoportuno e irresponsable.

Lo más interesante de todo esto va, sin embargo, por otros derroteros. Me refiero a la actual tendencia a la sacralización de la ciencia, por un lado, y a moralizar todo tipo de cuestiones políticas, por otro. Si el mundo no se ajusta a los dictados “científicos” o se aparta de lo que consideramos el bien, pues peor para el mundo. Resulta, empero, que la política no puede dejar de atender a las contingencias de lo real, marcadas por los conflictos de interés, la escasez de recursos y el pluralismo de valores. Es, digámoslo así, mundana, empírica, siempre atenta a lo concreto y a lo que no admite una fácil reconciliación. Lo hemos visto con la pandemia: la ciencia y la moral nos orientaban, pero se decidía atendiendo a lo circunstancial. ¿O queremos que nos gobiernen científicos y moralistas implacables?

 

El caso Garzón es expresivo de por dónde van a ir las disputas políticas bajo las condiciones de la crisis climática, tan pendiente de consideraciones científicas. Creo que el fin ya lo hemos interiorizado; el problema es de aplicación de los medios necesarios para realizarlo en sociedades democráticas donde las “verdades” tienden a deconstruirse por la inercia de los intereses y las discrepancias de opinión. Por eso es tan importante que progresen debates que vayan también de abajo arriba y se orienten a la creación de consensos, no que respondan a un frío Diktat científico desde las alturas del decisor político. Ah, y esto va de algo más que la mera lucha partidista.




                                           Añorando al Dr. Spock


  • FERNANDO VALLESPÍN. El País 

El esfuerzo por hacer frente a nuestros grandes desafíos se ve lastrado siempre en nuestro país por las guerras sectarias, por priorizar el combate al adversario sobre la búsqueda de debates serenos. El último ejemplo lo tenemos en el caso Garzón, donde el machaque al ministro ha prevalecido sobre la discusión en torno a los temas que él suscitó. Dejando ahora de lado la inoportunidad de algunos aspectos de sus declaraciones, lo cierto es que la gran cuestión de fondo se nos está escabullendo detrás del ruido. Y no me refiero solo al necesario debate en torno a las macrogranjas del que este periódico ha dado cuenta extensamente.

El punto decisivo tiene que ver con cuál es la posición de las distintas fuerzas políticas sobre la necesaria transición verde y cuáles de ellas están dispuestas a hacerla suya y cómo. Entre las cosas que me gustaría saber, por ejemplo, está si la derecha tiene un plan al respecto o si va a ser liderado solo por la izquierda. Hasta ahora, lo está utilizando para atizar al Gobierno aprovechando los aspectos más impopulares, algo que va de suyo, porque dicha transición no se hará sin que haya sectores específicos que se vean directamente afectados. ¿Quién dijo que iba a ser fácil o sin sacrificios? Igual que no puede perderse peso sin dejar de comer o sin machacarse en el gimnasio, reorganizar todo el sistema productivo para ajustarlo a la sostenibilidad no llegará sin costes. 

 Ignorarlo y aprovecharlo para sacar pequeños rendimientos políticos puntuales es un error. Primero, porque detrás está, vigilante, el Gran Hermano europeo; y, segundo, porque la sensibilidad hacia el medio ambiente va al alza, igual que un nuevo tipo de actitudes hacia el mundo animal. Tengo un amigo que ha dejado de comer pulpo después de ver ese extraordinario documental donde sale a la luz la naturaleza de esa especie (¡cave, Galicia!), y entre mis alumnos hay cada vez más vegetarianos. Esto no va solo de pijo-progres veganos que quieren imponernos su nueva ética naturalista. Creo que es un movimiento imparable. El problema al afrontar el debate es que en él nos movemos entre una aún extensa indiferencia y el sectarismo activista. Falta más discusión racional.

 Jason Brennan (Contra la democracia, Deusto) presenta tres modelos de ciudadano: el hobbit, indiferente y poco motivado políticamente; el hooligan, “emocionalizado”, incapaz para la argumentación aunque pueda estar muy informado, y el vulcaniano, racional, informado, argumentativo, libre de emociones. Este último término lo saca del personaje del Dr. Spock de la serie Star Trek, ese ser del planeta Vulcano de orejas puntiagudas, cuya característica fundamental era carecer de emociones. No hace falta decir que es el que más escasea. 

De hecho, Brennan afirma que “la democracia es el Gobierno de los hobbits y los hooligans”. Pero es el que en esta coyuntura más necesitamos. Aparte de los indiferentes, en nuestro tema abundan los hooligans partidistas o los fundamentalistas verdes: lo que se echa en falta es un frío acomodo racional de los fines de la sostenibilidad a medios viables y bajo una consideración de los intereses afectados; o sea, guía científica y su adecuada ponderación política. Y un amplio consenso de base transpartidista, al menos sobre los objetivos. Esto va a ser muy complicado, pero es ya ineludible. Estamos avisados.


                                                                       ***


            La prensa también tiene que “mirar arriba”

 

         ELIANE BRUM Traducción de Meritxell Almarza. El País



El cambio de año ha demostrado que no hace falta mirar arriba, una provocación del título viral de la película protagonizada por Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence. 

 

Basta con estar vivo y no llamarse Jair Bolsonaro o ser uno de los millones de mascotas de dos patas que siguen a este tipo de gente para entender que algo muy grave le pasa a nuestro planeta-casa. El 26 de diciembre, Alaska vivió su día más caluroso en un mes de diciembre desde que hay registros, con 19,4 grados en la isla de Kodiak. En Colorado, en el Medio Oeste estadounidense, incendios forestales propagados por vientos huracanados devoraron cientos de casas, provocaron la evacuación de ciudades enteras y obligaron a huir a decenas de miles de personas. En Bahía, en el noreste de Brasil, el número de residentes afectados por las inundaciones ya supera los 700.000. Londres vivió el primer día del año más caliente de su historia y varias ciudades de Europa registraron récords de calor en invierno. 

 

Según el microblog Extreme Temperatures, en Paraguay, en Sudamérica, el 1 de enero los termómetros alcanzaron los 45,6 grados en la localidad de Sombrero Hovy, el día más caluroso jamás registrado en el país.

Es como si el paso de 2021 a 2022 fuera una especie de PowerPoint hecho para idiotas: sí, la crisis climática hace que los eventos extremos sean cada vez más probables y frecuentes. 

Pero el negacionismo persiste. Para las empresas mineras y de combustibles fósiles —o las que dependen de la amplia circulación de mercancías sobre la base de combustibles fósiles o utilizan masivamente productos mineros— el negacionismo es rentable a corto plazo. Lo mismo ocurre con los Gobiernos y los gobernantes a su servicio. La desconexión es su mejor aliado. El mundo conectado por internet es, paradójicamente, un gran productor de desconexiones. No solo por las noticias falsas, sino también porque fragmenta la información y omite su contexto. Esta ha sido una de las principales apuestas de la extrema derecha mundial.

 

Para afrontarla, superar su crisis particular y optar a ocupar un papel relevante en un planeta en estado de emergencia, la prensa debe ser capaz de unir los puntos: exponer al público cómo la emergencia climática es el eslabón entre la serie de acontecimientos extremos simultáneos y la pandemia, que alcanza un nuevo capítulo con la propagación de la variante ómicron. También debería prestar el servicio público de explicar cómo la emergencia climática, los fenómenos extremos y la pandemia están relacionados con la noticia de que el muy selecto club de multimillonarios se hizo un billón de dólares más rico en 2021, periodo en el que la mayoría se empobreció y el apartheid climático se acentuó. Quizás haya inexactitudes en el guion, pero la sátira No mires arriba, fenómeno cultural de estas Navidades, hizo las sinapsis que los informativos dejaron de hacer otra vez, al compartimentar realidades estrechamente relacionadas en un cambio de año con escenas apocalípticas.

 

  

  

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