Libros recomendados: "Encrucijadas" y "El nervio óptico"

 


Encrucijadas


Jonathan Franzen


Traducción de Eugenia Vázquez. Salamandra. Barcelona, 2021. 640 páginas


La nueva novela de Jonathan Franzen (Illinois, 1959) Encrucijadas es más elaborada, compleja, intensa que cualquier otra obra que este autor haya escrito antes. Si he echado en falta algo de la mordacidad de sus anteriores novelas, da igual, porque esta ofrece poderosas compensaciones.


Este es un libro extenso, de casi 600 páginas. El autor hace sitio pacientemente al lento proceso de ascenso y caída de los personajes, al repique de sus temas y a un cargamento de acontecimientos —un accidente de tráfico, una violación, intentos de suicidio, adulterio, trapicheos con drogas, un incendio provocado— que van llegando poco a poco, como revelados por la luz del sol que se desliza progresivamente por una pradera.

La historia está ambientada en un suburbio de Chicago. En su centro se sitúan los Hildebrandt, otra de las familias del Medio Oeste características del autor —como los Lambert de Las correcciones (2001) o los Berglund de Libertad (2010)—, sólidas en apariencia pero de frágiles cimientos. La temática religiosa tiene una fuerte presencia en la novela. En la ficción de Franzen, las familias son su propia forma de religión, con tantas opciones de salvación y purificación como de apostasía.


En esta novela los grandes temas sociales del escritor estadounidense dan paso ahora a historias de gente corriente.


  Franzen en 'Encrucijadas', nos ofrece una densa obra con sus tupidas subtramas, suturadas con hilo de oro a las identidades quebradas de los miembros de otra familia disfuncional, los Hildebrandt. Su estilo es fluido y accesible y, ahora sí, los grandes temas de 'Las correcciones' y 'Libertad' (el cambio climático, el nuevo puritanismo, la guerra cultural y de clases, etcétera) han sido sustituidos por historias de gente corriente del Medio Oeste que el autor quiere convertir en la primera parte de una trilogía que sumará, especulamos, dos mil páginas de texto.


Si hay algo por lo que vale la pena leer estas magníficas 'Encrucijadas' es por la profundidad abismal con que aborda la complejidad de sus personajes.


 Absolutamente entretenida y adictiva. Desea uno volver a casa para seguir leyendo esta estupenda novela. Quizás está entre las mejores que leí en estos últimos años.




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El nervio óptico

En estas navidades una persona muy querida por mí me regaló un libro del que yo no conocía nada de él.

 

Cuando comencé a leerlo no pude dejarlo. Me resultó atractivo, interesante en cierta manera sorprendente. Aprendí aspectos de  historia del arte, descubrí obras y matices biográficos de los pintores y de su entorno histórico. Pero lo que más me sedujo fueron las historias personales que intercala la autora con estilo autobiográfico o crónica familiar en el mismo texto que nos habla de la pintura.

Un libro muy entretenido y que nos deja la necesidad de continuar con la lectura o de esperar con ilusión nuevas obras de esta autora.

 

 

La argentina María Gainza recibe entusiastas elogios por su primera novela, ‘El nervio óptico’, mezcla de crónica familiar y artística

 

Ferran Bono, comenta en la página cultural de El País que Maria Gaínza piensa que  los “cuadros siempre estuvieron en los libros”. “Es el lugar natural de la pintura cuando uno vive en un país alejado de los grandes centros culturales”, explica esta escritora argentina que se hizo un nombre en su país como crítica de arte. Luego escribió El nervio óptico, una novela de once capítulos, un libro de once relatos, o ambas cosas a la vez, y su nombre se fue abriendo paso también en los cenáculos literarios hasta convertirse en objeto de entusiastas elogios. Y todo eso con su primera incursión en la novela.

 

El escritor Cees Nooteboom, perenne candidato al Nobel, preguntaba recientemente en una revista holandesa quién es esta “embaucadora prodigiosa” capaz de entrelazar las vidas de pintores como el fatuo Foujita o el ingenuo Rousseau, El Aduanero, con las intimidades de una familia argentina de clase alta venida a menos; quién es esta antigua corresponsal de The New York Times en Buenos Aires que intercala trascendentes reflexiones sobre la muerte con livianos apuntes sobre la cotidianidad, sin caer ni en la pedantería ni en la banalidad, quien es esta narradora que mezcla con pasmosa naturalidad la historia del arte y la crónica familiar.

 

Su libro vuelva alto. Lleva camino de ser traducido ya a 10 idiomas y ha abierto a su novel autora las puertas de las mejores editoriales del mundo como Gallimard. Tampoco ha sido un fenómeno editorial vertiginoso. El nervio óptico se publicó inicialmente en el sello argentino Mansalva hace más de tres años y se enfrentó con las trabas que impiden la fluida circulación de libros en castellano en el mercado en castellano. A pesar de que las criticas entonces ya fueron buenas, no traspasó fronteras hasta que a finales del pasado año lo editó en España Anagrama, lo que supuso su lanzamiento internacional.

 

Gainza atribuye con humor lo que está pasando con su libro a un “fenómeno cósmico”. “Nació bajo una buena estrella y eso incluye la aparición de una agente literaria que como un cometa cruzó mi vida cuando menos lo esperaba”. Su editora en España, Silvia Sesé, lo explica de otra manera: “Es una voz deslumbrante, muy original que invita al lector a indagar y entender el arte desde la propia vida. Tiene una naturalidad de estilo que es delicadísimo y a la vez bestial”.

María Gainza traza la vida de sus personajes del libro en relación con la biografía de artistas como Toulouse-Latrec, El Greco, Schiavoni, Cézanne o Courbet. 


También se cita a escritores como Danilo Kiš, Margarite Duras, Marina Tsvietáieva, Silvia Plath o Vladimir Nabokov. ¿Es una especie de canon de la autora? “No, creo conocer suficientemente a la narradora para saber que ella no tienen canon. Un canon supone una vara, un ideal artístico y ella es demasiado mercurial para eso. Los artistas y escritores que aparecen en el libro son el mundo en el que ella está sumergida en ese momento dado de la historia”.


¿Y ha tenido que cambiar mucho de registro? “Escribir sobre arte me llegó un poco de casualidad y cuando sucedió yo no tenía una meta pero sí tenía una intuición (he armado una vida a partir de intuiciones): quería hacer algo distinto pero no por original y mucho menos por experimental. Quería escribir algo que todos pudieran leer. Buscaba que los textos tuvieran su autonomía como objetos. Creo que aspiraba a que tuvieran valor literario pero en ese momento no lo hubiera reconocido jamás. Con los años no cambié mucho mi manera de escribir. No sustancialmente”.

 

 

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