El paseo. Nuevo aporte sobre "el caminar". Alberto Salamanca

En relación a una publicación anterior sobre “el paseo o  el caminar” y las repercusiones en las personas que está actividad conlleva, he recibido un artículo excelente de Alberto Salamanca sobre esta temática. El mismo ahonda en los beneficios y estímulos del paseo, de la observación y reflexión que favorece esta actividad. Os lo comparto con vosostros. Estaba publicado en el blog de Alberto que se titula Mis paseos con Jachi.

https://mispaseosconjachi.wordpress.com/2020/03/15/el-paseo/

El paseo

Alberto Salamanca


«Somos lo que caminamos entre dos puntos» David Foster Wallace 

«Sólo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos» Friedrich  Nietzsche


Para nosotros, para Jachi y para mí, caminar supone una travesía por lo paisajes, pero también por las palabras, por la emoción de unos y de otras. Una travesía en la que espacio y tiempo convergen, como en un agujero negro terrenal que atrapa. Que nos recuerda la humildad y la belleza de nuestra condición.

Caminar es el contacto vivo de nuestros pies y patas sobre la tierra del camino. Algo eminentemente telúrico. Al vincularnos con la tierra se convierte en el gesto más humano. De modo que se percibe el mundo tal y como se presenta a la altura del hombre: su enorme magnitud se reduce para el paseante a dimensiones corporales. Nos enfrentamos con nuestros cuerpos al mundo, al mundo desnudo. Y esa ceremonia incita al respeto y al gozo del instante, que adquiere entonces sentido en sí mismo.

Caminar es un ejercicio lento por su propia naturaleza. Por tanto, ensancha el tiempo y estira la vida. El mundo entonces es mucho más vasto y más sugestivo. Una actividad lenta favorece la serenidad e invita al disfrute del tiempo, a la libertad, al placer. Al goce sin prisa del tiempo. Ir al paso, como afirmaba Debray, apacigua el tormento de lo efímero.

Por mi parte le encuentro cierta vinculación con esa indolencia mediterránea, con su slow life. Además, en el mundo actual, caminar adquiere tintes de obstinación y rebeldía en medio de la vorágine de prisas, de tomar distancia con esa mal entendida modernidad y productividad. El paseante, rico en tiempo, se acomoda en un compás ralentizado, a la medida del cuerpo y del deseo. Somete al calendario y depende tan sólo del reloj cósmico, el de la naturaleza, el del cuerpo, y no el de la sociedad actual con su implacable fragmentación del tiempo.

Cuando caminamos hacemos conscientes los detalles del entorno. Y participan todos los sentidos, porque caminar es una experiencia sensorial total. El paseante anda las piedras o la tierra del camino, toca los árboles, se moja en los arroyos, siente la lluvia fina en el rostro, el frío en las manos. Inhala olores, a flores, a tierra mojada, a arrayán, a madreselva, a posidonia recién emergida. Escucha el trino de los pájaros, las cigarras, el canto del gallo, la lluvia, los truenos. Y al dejarse penetrar por la naturaleza, el paseante se pone en contacto con un universo inaccesible de otro modo, el modo de percibir propio de la vida cotidiana de nuestros padres y abuelos. La desnudez de un recorrido no precisa nada más que el propio cuerpo, la soledad de un campo sin nombre y la intensidad del cielo. Caminar es una travesía por el silencio y un disfrute del sonido ambiental, el ruido del viento en los árboles, el murmullo de una fuente, el croar de las ranas, unas campanas lejanas, ruidos que se infiltran en el silencio, pero no lo perturban. Un silencio que remite a otro tiempo, al universo sin motores. El fondo del que debe nutrirse quien camina a solas. Aliado de la belleza de un paisaje, el silencio es un camino que lleva hacia el yo. Una vía directa del repliegue sobre uno mismo. Momento de desposeimiento que invita a detenernos y reflexionar.

Porque el paseo no es solo una experiencia física, sino que a la vez supone una actividad intelectual en la medida que induce el despertar de los sentidos y del espíritu. Para nosotros, caminar por las calles de la ciudad y los senderos inmediatos es una práctica corporal, física y también afectiva. La trama sensorial que nos envuelve y nos enreda, establece una relación de afecto con el entorno.

Caminar es con frecuencia, un rodeo para reencontrarse con uno mismo. Y ahí, como dice Leroi-Gourhan, la especie humana comienza por los pies. Extraordinaria conexión entre pies y cerebro. Goce tranquilo de caminar y pensar. Se favorece así el desarrollo de una filosofía cotidiana, esa que se centra en las pequeñas cosas y que termina porque el paseante se cuestione acerca de sí mismo, de su propia relación con el mundo que lo rodea.

Caminar es un modo de conocimiento. La caminata depura cualquier cortedad de miras y de vanidad y deja que destile la curiosidad. Cada cosa guarda sus propias historias, historias íntimas que quedan próximas al paseante. Se moviliza la tendencia humana por comprender y encontrar su lugar en el mundo e interrogarse sobre lo que fundamenta su vínculo con los demás.

Caminar es un ejercicio de desprendimiento, que nos revela en nuestro cuerpo a cuerpo con el mundo. Un camino de aprendizaje frente a la amargura del mundo, que despoja y expropia, y que permite trazar una ruta no sólo en el espacio, sino en uno mismo, recorriendo los entresijos de ambas sendas de modo más receptivo. Al descubrir el mundo a la altura del hombre, nos ponemos en disposición de descubrirnos a nosotros mismos.

La tierra es para los pies. Los senderos están hechos a la medida del hombre, de su cuerpo y del estremecimiento de ser, de vivir. Una vez más, lo que importa es el camino recorrido. El paseo, el caminar, nos construye y nos demuele. Nos imagina y nos vuelve a forjar.

 

Recomendación musical: Elftones & Rhiannon Giddens. All the Pretty Horses (All the Pretty Horses. Elftones Productions. 2009)

https://youtu.be/GHWTBouJCtg

Recomendación literaria sobre el tema: 

David Le Breton. Elogio del caminar. Madrid. Siruela. 2018.





Comentarios

  1. Me ha gustado el artículo de Alberto Salamanca. Los caminantes, con el tiempo, terminan también acompasando sus ideas. Un verdadero milagro.

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