Microrrelatos I

Sin gafas
Me he quitado las gafas y veo todo difuminado, impreciso. Distingo con dificultad en el suelo del salón  a mis dos hijos pequeños. Juegan, ríen, se quejan. En ese momento brotan de mi cerebro imágenes parecidas pero de mis otros dos hijos mayores cuando eran niños jugando del mismo modo. Esta aparición mental tiene la cercanía de la realidad. Memoria y desmemoria en una lucha continua pero con el éxito asegurado para el olvido. Pienso en ello mientras me miro en el espejo y vislumbro en él con sorpresa a mí mismo pero niño, joven, vital. En ese momento el tiempo parece desvanecerse derrotado.
Alguien me llama, me coloco las gafas y regresa la realidad. Me vuelvo  a mirar en el espejo y estoy ahí, pero no soy yo. No quiero ser yo. Finalmente el tiempo ha  prevalecido o será solo que de vez en cuando debo quitarme las gafas.


Colores
Según recuerdo tenía yo cuatro años cuando me llevaron por primera vez a una peluquería. Mi tía y mi padre luchaban conmigo para mantenerme quieto en aquella elevada silla mientras el peluquero se abalanzaba sobre mi cabeza armado de peine y tijeras.
Cuando vi caer mi pelo negro sobre la blanca capa de corte dejé de resistirme, me distraje e incluso quedé fascinado. El contraste de la nívea capa con mi pelo oscuro disparó mi imaginación que entonces era grande.
Ayer, muchas décadas después de aquello, estaba en otro sillón de peluquería y recordé esa vivencia.  La capa de corte que ahora cubría mis hombros era negra.
Con cada trozo de pelo cano que veía caer, se emblanquecía el paño y en ese instante sentía que se dispersaban y desaparecían innumerables recuerdos de un tiempo que se agotaba y que más tarde serían barridos del suelo de la peluquería.

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