Breves artículos recomendados. Manuel Vicent y Najat El Hachmi

 

                                                          Desnudo frente al espejo. Pierre Bonnard
La ideología en el espejo

MANUEL VICENT


Un viejo amigo me citó en un bar para darme personalmente la noticia del gran cambio que se había producido en su vida. Cuando llegué estaba sentado en el taburete de la barra y al principio no noté nada especial. Por fuera parecía el de siempre y bebía como siempre. Se le veía feliz, pero no ebrio. Sin que en la noticia influyera para nada el alcohol me dijo que me había llamado para notificarme oficialmente que había cambiado de ideología: ya no era de izquierdas, se acababa de pasar a la derecha y quería que yo lo supiera. La ideología de izquierda le parecía periclitada, pura farfolla de la que se avergonzaba; se le veía poseído de esa rara euforia del converso que arremete contra su pasado y por otra parte cree que el mundo está lleno de idiotas. 

Al principio pensé que era uno más quien con la edad había seguido la deriva natural de hacerse conservador porque sus chips ya saturados rechazaban las formas con que las nuevas generaciones viven esta locura acelerada que ha tomado la historia. Ese tránsito se realiza sin que uno se dé cuenta a través de un creciente cabreo al verse viejo y postergado. Pero últimamente, estos vuelcos se producen de forma repentina, como una revelación que te vuelve el cerebro del revés solo por el hecho de respirar la descarga de polen de derechas que inunda la atmósfera de todo el planeta. Es lo más parecido a una mutación transgénica. Mutar consiste en cambiar el material genético de una célula. Es una operación que se produce en los laboratorios para alterar la naturaleza de los alimentos. También se da en las ideologías. Las mutaciones pueden ser progresivas y regresivas, pero al final las formas de pensar siempre se acomodan al cuerpo. No se piensa lo mismo en un bar con una copa en la mano que desnudo en el cuarto de baño. A mi amigo le sucedió que al mirarse desnudo en el espejo supo lo que había pasado. Su genoma había sido alterado. Ahora su pensamiento se correspondía con la ruina del cuerpo que le devolvía el espejo.


Publicado en El País




Que trabaje otro



Qué equivocada estaba! Qué mal hice trabajando en lo que me salía: dando de comer a ancianos, limpiando baños, despiezando animales muertos. Fui una idiota al preocuparme por el dinero para las facturas, los pañales, la comida o los libros de texto.

Parece ser que la generación Z ha despertado al mundo y ha decidido que no hay que trabajar tanto, que los que les hemos precedido, incluidos sus padres y sus abuelos, fuimos unos pringados al dejarnos la piel en agotadoras jornadas laborales. ¿Para qué? ¿Para recibir un salario de mierda que solo ha servido para que a ellos no les haya faltado nunca de nada? ¿Para que incluso los más precarizados, las madres solas, hiciéramos todo lo posible para que ellos tuvieran infancias buenas sin carencias materiales, infancias seguras con la nevera llena y la ropa nueva?

Al movimiento que desprecia el trabajo y el esfuerzo lo llaman quiet ambition y lo pintan como un cambio de valores provocado por una toma de conciencia. No sé qué alcance real tendrá, porque para muchas personas esta opción es ciencia ficción, pero, aunque sean pocos, resulta insultante que nos digan que nuestros sacrificios fueron en vano, que lo que tendríamos que haber hecho es tumbarnos a perder el tiempo.


Y los boomers que se abstuvieron de todo lujo y ahorraron pacientemente para comprarse un piso, por pequeño que fuera, también hicieron mal al pensar en el bienestar de sus descendientes. Porque para que tú puedas elegir no trabajar tiene que haber otro que lo haga y, si no estás dispuesto a limpiar baños porque no es una tarea que te haga sentir realizado, es que te parece bien que sean otros los que se ocupen del asunto. No creo que haya ejemplo de egocentrismo más narcisista. Creerán que están aquí por generación espontánea y que ellos merecen ganarse la vida como marqueses. ¿Cómo van a saber que son clase trabajadora y que todos y cada uno de los derechos que tienen se ganaron con sudor, lucha, sangre y cadáveres? ¿Cómo van a sentirse reflejados en esa memoria si su espejo son influencers ecopijas que les enseñan mindfulness y ricos que les hablan de estoicismo?


La cuestión es quién se puede permitir no trabajar. Pues como toda la vida: el que tiene a otros trabajando para él o por él. La mayoría no podemos escoger. O trabajamos o no comemos ni comen nuestros hijos. Tal vez este sea el extremo máximo al que ha llegado el individualismo y la falta de conciencia social: que la clase trabajadora renuncie a la única fuerza que tiene en vez de luchar por mejorar sus condiciones laborales.


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