Mujeres, hombres y viceversa. Federico Soriguer

 

Mujeres, hombres y viceversa 

 

Federico Soriguer. (Publicado en Diario de Sevilla)

 


                                                                       Rosell. Mujeres, hombres y viceversa

Usted sabría decirme qué es una mujer? Yolanda Díaz, en presencia de Pedro Sánchez, no supo o no quiso contestar a Abascal en el debate televisado. Una respuesta crucial para la causa del feminismo porque si la pregunta, ¿qué es una mujer? deja de tener sentido, si el sujeto mujer desaparece, también deja de tenerlo toda la gran construcción teórica del feminismo sobre la igualdad. Reconozcámoslo, no es nada fácil definir qué cosa es la naturaleza humana y es este uno de los motivos por los que en su nombre se han cometido las mayores barbaridades. 


En los últimos años el movimiento queer y los radicales transidentitarios han desbordado al movimiento feminista. Porque la pregunta es: ¿qué necesidad hay de que desaparezca el sexo biológico del BOE? ¿Es realmente imprescindible esta forma de dar satisfacción a un número pequeño de personas a los que la ley, y crecientemente la sociedad, reconocen desde hace al menos dos décadas su derecho a sentirse mujeres, aunque hayan nacido biológicamente como hombres? Es un ejemplo de como una minoría, histórica e injustamente marginada, en muy poco tiempo alcanza cotas de influencia y poder político con capacidad para imponer su nomenclatura al resto. Lleva razón el movimiento feminista cuando advierte del peligro que para la lucha por la igualdad (con los hombres) supone la usurpación del espacio político, social, mediático, y reivindicativo por el movimiento radical transqueer


A lo largo del último año destacadas escritoras progresistas (como Elvira Lindo, por ejemplo), se han escandalizado por lo que llaman guerra dentro del feminismo, lamentándose que el feminismo histórico no sea capaz de incluir en sus filas a estas nuevas mujeres trans. Quienes así piensan están cuestionando a personas con un historial de lucha feminista intachable, cuya enumeración haría interminable este artículo y con unos currículos que deberían hacer pensar a todas las Elvira (s) Lindo, que se permiten desdeñar sus argumentos con un manotazo progresista. Son las mismas feministas que han advertido que a la hora de votar en las últimas elecciones, muchas mujeres (y hombres) se han visto en un dilema, pues Podemos (o Sumar) han asumido el discurso radical identitario, cuestionado por una buena parte de la izquierda socialdemócrata. Es de esperar que, en este nuevo escenario político, al menos la socialdemocracia, que ha ido encadenada a la política identitaria de Podemos, haya aprendido la lección, pues poco se puede esperar de Sumar cuya líder Yolanda Díaz (¡¡que no sabe o no se atreve en público a contestar a Abascal qué es una mujer!!) se ha apresurado a nombrar responsable de igualdad no a una feminista sino a una joven trans sin experiencia política.


 Hay detrás de todo esto una batalla ideológica de un profundo calado sobre quién define qué cosa es la naturaleza humana. Porque en contra de lo que mucha gente cree la naturaleza humana es algo que no viene dado de por sí. Para algunos la naturaleza humana es aquella que se explica por la biología, esa que hemos heredado de nuestros ancestros y construido a lo largo de millones de años. Para estos solo habría hombres y mujeres heterosexuales. Para otros, por el contrario, el cuerpo humano no sería sino materia moldeable por la cultura. Ambos modelos están sustentados por ideologías muy beligerantes, representados en los extremos por el nacionalsocialista en un caso y el marxista leninista por otro, que creyeron poder construir un hombre nuevo (a partir de la selección genética en el primer caso o de la educación política, en otro). Pero la naturaleza humana puede ser también entendida como el resultado de un diálogo entre la biología (el cuerpo) y el medio ambiente y la cultura, siempre cambiante. Desde esta perspectiva, en las sociedades abiertas es imposible, por un lado, seguir justificando la existencia de unas desigualdades entre los hombres y las mujeres basados en las evidentes diferencias biológicas, y por otro lado es posible entender la aparición de otras formas identitarias o de orientación sexual que no sean las que se suelen llamar cisheteronormativas. 


Esto fue lo que hizo el feminismo cuando en el último cuarto del siglo pasado recogió buena parte de las reivindicaciones LGTB dentro de lo que se ha llamado ideología de género, hasta que el identitarismo se ha apropiado del discurso de género, sustituyendo la idea de género como todo aquello relacionado con la construcción cultural de lo masculino y lo femenino, por una idea excluyente de género basado en la identidad subjetiva o sentida. Una idea (o ideología de género) radical que necesita para su implementación la negación de la naturaleza sexuada humana y la desaparición de las categorías biológicas hombre mujer, ahora convertidas en una opción personal. 


Porque la lucha en estos momentos no es si los hombres y las mujeres son iguales y ni siquiera si los hombres biológicos pueden sentirse como mujeres (o viceversa) y si estas mujeres trans tienen los mismos derechos que las mujeres no trans. Lo que hay ahora es una lucha radical, subversiva, revolucionaria de aquellos que reivindican la desaparición del sexo como constructo biológico, convirtiendo a la naturaleza humana (ligada al sexo o a cualquier otra condición biológica como la raza, por ejemplo) en una opción a la carta, en un campo de Marte en donde se dirime, como siempre, quién controla el cuerpo humano. Un asunto que unas minorías radicalizadas han conseguido llevar al consejo de ministros y al BOE y que están haciendo un enorme daño a las mayorías socialdemócratas-liberales de los países occidentales.



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