Recuperar el rumbo. J.D. Colmenero

La Tribuna. Diario Sur

 

Recuperar el rumbo

 

Cuando los que gobiernan pierden la vergüenza, los gobernados tienden a perderles el respeto y ese divorcio no conduce nunca a nada bueno

 

JUAN DE DIOS COLMENERO CASTILLO. MÉDICO



                                                                    Gaspar Medina


 

La política de nuestro país hace tiempo que camina sin rumbo, pero ninguno de sus actores reconoce estar desorientado. Tras las pasadas elecciones, el partido ganador trata de capear el temporal que provoca su insuficiente mayoría, mientras el perdedor se coloca al pairo esperando que su oponente encalle definitivamente.

La generación que despertó a la política en la transición aprendió que el diálogo, la tolerancia y el pacto son las herramientas con las que es posible superar retos difíciles y transformar la sociedad. Económica, política y socialmente llegar hasta donde estamos no ha sido nada fácil y lo hemos logrado con la energía de unos, la inteligencia de otros y la generosidad de todos.

 

Hace tan solo 45 años, con un amplísimo consenso, nos dimos una Constitución que nos ha cobijado durante el periodo de paz y progreso más largo de nuestra historia reciente. Bajo ese techo hemos alcanzado cotas de crecimiento económico, bienestar social y respeto internacional no conocidas por muchas generaciones. Si caminar por una senda que se ha mostrado segura y provechosa para la inmensa mayoría de la población parece razonable, ¿Cuándo y por qué hemos perdido el rumbo?


Decía Seneca que «cuando no sabe a qué puerto ir, ningún viento es favorable». El puerto al que debemos dirigirnos está perfectamente fijado en el preámbulo de nuestra Constitución y consiste en defender y promover el bien común, entendido como aquello que es compartido y beneficioso para la mayoría de la comunidad.

Conocido el destino, el arte de gobernar consiste en diagnosticar bien las prioridades y llevarlas a cabo de forma eficiente. Y las prioridades de España en su conjunto son, o deberían ser, perfectamente conocidas por los que ostentan el poder. No está en cuestión que el Gobierno del país tiene el derecho de marcar el rumbo y el ritmo de la singladura, pero es responsabilidad de todos los parlamentarios que representan a la ciudadanía recordarles que el destino, que no es otro que el bien común y el respeto a la ley, no puede cambiarse arbitrariamente.


Es un hecho que las formaciones que concurren en el ámbito nacional a las elecciones prometen gobernar para el conjunto de la población española, como lo es que los programas de los dos partidos con mayor base social del arco parlamentario tienen un alto porcentaje de objetivos similares. Si eso es así, ¿por qué se ha atomizado tanto la vida política? ¿Por qué hemos llegado a la actual dinámica de bloques? ¿Por qué quieren hacernos ver que es imposible el acuerdo de las grandes formaciones políticas? ¿A quién beneficia esto?

Siempre me he negado a asumir las pesimistas palabras de Voltaire cuando decía que «la política es el camino para que algunos hombres sin principios puedan dirigir a hombres sin memoria». Desgraciadamente en los últimos tiempos parece que merodean muchos políticos sin principios y demasiados ciudadanos sin memoria.


No es mucho el tiempo que resta para que se constituya el nuevo Parlamento y dé comienzo la XV legislatura. Los principales problemas que la mayoría de los ciudadanos quieren ver resueltos están perfectamente definidos; sanidad pública de calidad y universal, sistema educativo y judicial que funcionen al mejor nivel, una economía nacional saneada, respetuosa con los derechos de todos sus actores, respeto al medio ambiente, una política hidrológica común, seguridad en el más amplio sentido de la palabra y consenso en política migratoria y exterior. Qué duda cabe de que existen otras demandas sociales, pero ni son tan prioritarias, ni son compartidas por la mayoría de los ciudadanos.


Parece fuera de toda duda que para lograr estos objetivos son necesarias amplias mayorías capaces de tejer unos pactos de Estado o acuerdos parlamentarios con vocación de perdurabilidad. Errar es humano, pero solo los estúpidos perseveran en el error. Perseverar en la idea de formar gobiernos sustentados por partidos con escasa representación parlamentaria e intereses antagónicos al sentir general, ni es trabajar por el bien común, ni contribuye a dignificar la vida política.


Si esta nueva legislatura no comienza con un gran acuerdo entre los dos grandes partidos del arco parlamentario y cualquiera de ellos se empeña en ejercer el poder sobre un tapiz inestable, no será porque no está claro que es lo que desea la mayoría del país. La política no se ha atomizado como consecuencia inexorable de la dinámica social actual, sino porque el sistema político en general y sus actores en particular han perdido el rumbo, haciendo bueno el dicho de que el interés de los políticos es impedir que la gente reflexione sobre lo que verdaderamente le importa. 


El precio de esta irreflexiva actitud en la política española puede ser alto, porque cuando los que gobiernan pierden la vergüenza, los gobernados tienden a perderles el respeto y ese divorcio no conduce nunca a nada bueno. Nos sobran políticos que solo piensan en el resultado de la próxima elección, necesitamos aquellos que se preocupen por el futuro de la próxima generación.

 

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