Una historia interminable. F. Soriguer

El artículo que se transcribe a continuación es la respuesta de F. Soriguer a una publicación de Félix Ovejero cuya versión original completa se puede ver en la página de la revista Letras Libres que es donde se publicó. Ver primera cita al final de este texto.



Una historia interminable. 

(Comentarios al texto “Las pelotas de los intelectuales” de Félix Ovejero). 

 

Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias*

 

En 2022, en el número de 1 de agosto de “Letras Libres”, Félix Ovejero (FO) (“Las pelotas de los intelectuales”)[1]reflexiona sobre la antinomia, al parecer irresoluble, entre humanistas y científicos. Una historia antigua de la que acertadamente recuerda algunos de sus hitos fundacionales.  FO identifica a los humanistas con los intelectuales, especialmente con los que llama intelectuales públicos, mundo al que reconoce pertenecer y sobre los que no deja títere con cabeza.  La acotación (“intelectuales públicos”) es pertinente porque humanismos y humanistas hay muchos, como hay una gran variedad de intelectuales, que no son públicos, aunque ejerzan una función social muy importante, desde la docencia, desde sus libros o, simplemente, a la manera socrática, desde la calle. También desde un ejemplar silencio. Así que quizás FO esté hablando de los intelectuales de salón o del ruido, por contraponerlos a los, arriba llamados, del silencio. En su artículo arremete también con los del otro lado (los científicos), sin dejar de traslucir (no obstante) su admiración hacia la ciencia y los científicos, algo que  ya dejó constancia de manera explícita, en su libro “El compromiso del creador”[2] , citando, ya en sus primeras páginas  a Erns Gombrisch, quien después de haberse pasado la mayor parte de su vida estudiando la historia del arte confesaba: “Los progresos de la ciencia son tan asombrosos que me siento un poco molesto, cuando veo a mis colegas de la Universidad, discutiendo de códigos genéticos, mientras los historiadores del arte discuten el hecho de que Marcel Duchamp enviara un orinal  a una exposición. Piense usted en la diferencia de nivel intelectual…”.  

El resto del artículo, FO lo dedica a reflexionar sobre los criterios de validación de la obra artística (o del pensamiento humanístico) asunto que ya, con más extensión, desarrolló en su libro citado, llegando a la magra conclusión de que, ante la ausencia de un método que permita la generalización, la única fuente de acreditación posible es la “honestidad” del creador y la “coherencia” entre su vida y su obra.  ¡Qué diferencia con la ciencia, parece pensar FO, ese lugar donde la verdad se impone, a pesar de que no haya motivos para creer que el número de defraudadores, plagiarios, mentirosos, e incompetentes, sea menor que en las humanidades ¡Pero los humanistas y los científicos que en el artículo compara, parecen reducirse (en el texto de FO) a dos categorías de por sí ya seleccionadas sesgadamente!  Por un lado, estarían los intelectuales públicos, esa minoría ruidosa y por el otro los (muy pocos) científicos egregios que, utilizando la terminología kuhntiana, han sido capaces de “hacer ciencia revolucionaria”, cambiando algún “paradigma”. 

Pero la ciencia la hacen hoy cientos de miles de investigadores (pocos merecerían la distinción de científicos), que se limitan, si acaso, a generar  “ciencia normal”,   la mayoría de ella perfectamente prescindible en el momento actual pues no aporta en demasiadas ocasiones más que ruido al conocimiento.  Da la impresión de que FO habla de una ciencia que ya no existe o solo de manera residual. Sigue habiendo, desde luego, grandes diferencias entre el quehacer científico y el humanístico. Así, mientras que la producción humanística (el arte, la filosofía.) sigue siendo, aunque cada vez menos, el resultado de un trabajo personal, la ciencia hoy es, casi de manera generalizada cooperativa, colectiva e internacional.  Por otro lado, la idea de una ciencia autorregulada por los límites de un método científico universal ya no existe, es solo “una leyenda”[3], existiendo un creciente consenso entre los filósofos de la ciencia de que no existe tal cosa como un método científico. Por otro lado, los objetivos de la ciencia, cada vez están más lejos de los intereses ciudadanos y más pendientes de los intereses estratégicos de los Estados, de las grandes corporaciones industriales, que incluyen a los grupos editoriales anglosajones, y de los currículos académicos de los propios científicos. Lleva razón FO cuando cuestiona al gallinero opinador de los intelectuales públicos, pero desde este otro lado, el de la ciencia, sólo puedo a título personal reconocer mi entusiasmo cuando salgo del rigor científico que en muchos departamentos se acerca al rigor mortis y   me sumerjo en esa selva desordenada, imprevisible, caótica, del mundo de las humanidades, incluidos y muy especialmente esos intelectuales orgánicos que solo engañan a otros intelectuales orgánicos. Un mundo vivo en donde la verdad no está sometida a las leyes de la gravedad sino a las no leyes humanas, que garantizan que el gran teatro del mundo pueda continuar su función. Porque desde aquí, desde el otro lado, lo que vemos es el enorme esfuerzo que los humanistas están haciendo para acercarse a la cultura científica sin abandonar (como fueron los casos los casos de fraude provocados por Sokal y más recientemente en 2017 por  Lindsay, Boghossian y Pluckrose que facturaron artículos académicos completamente delirantes, ambos  citados por FO) la lógica propia de los distintos humanismos. 

Un empeño con cierto éxito, entre los que el mejor pero no único ejemplo, sería la creciente presencia, incluso de manera disciplinar, de filósofos de la ciencia procedentes del campo de las humanidades, cuya contribución al desarrollo de la ciencia está yendo va más allá de la reflexión sobre la naturaleza de la ciencia misma.   Pero sobre todo y esta sería la conclusión que yo haría de la lectura del texto de   FO, las ciencias y las humanidades no pueden seguir mirándose de reojo, como si el mundo no hubiera cambiado. Ni la ciencia ni los científicos pueden pretender sustituir a las humanidades tal como propone ese movimiento llamada tercera cultura, ni tampoco permanecer impasibles como si la ciencia hubiera sido un camino ininterrumpido de éxitos, como si no hubieran existido ni los Hiroshima, ni el cambio climático, ni los grandes retos de la BM, entre los que los más conocidos, pero no los únicos, estarían las ensoñaciones trans- humanistas. La ciencia necesita de las humanidades más que estas de aquellas pues en este momento la enorme capacidad de transformación de la realidad de la tecno-ciencia, no se puede dejar en manos de aquellos que son sus propios agentes y que lejos de auto-limitarse están enfrascados en una carrera alocada que también pertenece a esa misma cultura científica que FO admira.  

La ciencia que ha conseguido en los dos últimos siglos elevar el confort  a niveles inimaginables hasta hace no demasiado, se ha desconectado, en cierto modo,  de las necesidades de la humanidad y convertido en un agente de riesgo de su bienestar presente y futuro, sin que la comunidad científica (a través de las sucesivas y poco exitosas  moratorias) ni  los  patrocinadores de ciencia,  representados por los Estados (muchos no democráticos)  y hoy, sobre todo, por la grandes corporaciones empresariales e incluso por superricos caprichosos, estén dando seña alguna de ser capaces de auto controlarse. Solo las humanidades pueden frenar a la ciencia de esa alocada carrera que nadie sabe dónde puede llevar. Ante este reto las viejas pendencias entre intelectuales y la obsoleta antinomia de ciencia vs. humanidades, deja de ser relevante.  Queda un largo camino por andar (o por desandar si consideramos los desencuentros habidos). 

 Históricamente los grandes objetivos de las humanidades han sido la naturaleza humana, la identidad, la libertad, las relaciones personales y sociales., pero también la transcendencia, los límites de lo humano, la muerte, asuntos todos ellos que son ya motivo de estudio por la ciencia. Como muy bien han visto filósofos como Jesús Mosterin, Antonio Diéguez, Adela Cortina. Daniel Dennet, Denis Dutton, Diego Gracia, Javier Echeverría, Laín Entralgo, Ortega y el propio Felix Ovejero, por citar solo a algunos de los más conocidos por el autor de este artículo, los descubrimientos científicos necesitan ser pensados por la filosofía. El próximo paso debe ser que las grandes preguntas, esas que las humanidades se han hecho una y otra vez sin encontrar respuestas, sean, de nuevo abordadas, pero ahora conjuntamente.  Para la filosofía es un reto repensar el mundo a partir de toda la ingente información de la ciencia y muy especialmente de los hallazgos sobre el origen del hombre y la teoría de la evolución. Pero es también imprescindible que la ciencia se deje permear por la capacidad de la filosofía para hacer preguntas y por la capacidad del resto de las humanidades para dejarse sorprender por lo inefable. Como dice E.O. Wilson[4], “…no se trata de preguntas ociosas, para que las respondan los habituales de los salones o los invitados después de la cena. No se trata de juegos mentales, ni de ejercicios para agudizar las habilidades en la lógica. Se plantean literalmente cuestiones de vida o muerte…”.   Unas disciplinas científicas y humanísticas que, trabajando juntas, pudieran alumbrar lo que Wilson llama una tercera ilustración. 

 

*Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias.  Ha sido Jefe de Servicio de Endocrinología y Nutrición y director científico del IBIMA) (Instituto de Investigación biomédica de Málaga (ISCIII). Autor entre otros de: “Un animal inacabado. Una historia del cuerpo humano. Fundación Málaga, Ed. El Genal. 2021 y ”Por qué las mujeres prefieren hombres mayores que se mueren antes”. Mascarón de Proa, 2023.



[1] Felix Ovejero. Las pelotas de los intelectuales, https://letraslibres.com/revista/las-pelotas-de-los-intelectuales/

 

[2] Félix Ovejero Lucas. El compromiso del creador. Ética de la estética. Galaxia , 2014.

 

[3] Miedema, Frank. Open Science: The Very IdeaSpringer Nature, 2022.

 

[4] Wilson E.O. Los orígenes de la creatividad humana. Crítica, 2019.


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