Rincón literario. Recomendaciones de libros y algunos relatos de colaboradores

 Antes de entrar en los temas de hoy, os invito a ver este brevísimo vídeo para alentar a la lectura. Después del video están los temas que abordamos en Sinapsis.

https://youtu.be/DVXkHNsKYIo

A) Libro recomendado

Lejos de Toledo

Autor: Angel Wagenstein

Editorial Libros del Asteroide



Lejos de Toledo

A través de los ojos del personaje Albert Cohen, búlgaro con raíces sefarditas, Angel Wagenstein resucita el mundo de su infancia en Plóvdiv, una de las ciudades más bonitas y cosmopolitas de los Balcanes. Cohen regresa durante unos días a Bulgaria para un congreso y el reencuentro con su ciudad natal y gentes a las que lleva años sin ver le hacen rememorar un mundo desaparecido; sin embargo, de su ensoñación lo van despertando ineludibles reclamos del presente: un oscuro intento de especulación inmobiliaria, el reencuentro con un antiguo amor, su infancia o el conflicto vivido en Bulgaria durante el siglo XX. Pero por encima de todo el relato destaca la inolvidable figura de Abraham el Borrachón –abuelo de Albert, maestro hojalatero, fabulador genial, y testigo del final de una época–, cuya evocación permite al nieto revivir su pasado. 

Además de una magnífica novela, Lejos de Toledo es un retrato sin concesiones de la Bulgaria contemporánea y un canto a un riquísimo y conflictivo pasado.

Os recomiendo la lectura de este libro. Es una obra amena, interesante y también profunda. El autor logra transmitirte la influencia de los hechos políticos en la vida de las personas, el paso del tiempo y los cambios históricos acaecidos en el siglo XX.  La infancia, la coexistencia pacífica de diferentes culturas y sin duda también la historia de muchísimos judíos  encarnadas en la familia del personaje principal.

Es una escritura que te envuelve placenteramente y que disfrutas página a página sintiendo al finalizar el libro que esos personajes ya viven con el lector en su universo afectivo.

También recomiendo leer la biografía del autor en wikipedia.  Esta obra es parte de una trilogía que novela la vida de muchos judíos a través del siglo pasado.


B) Relatos y otros escritos




                                     

I)

Complicidad

Georgina S.

Se reencontraron en la red, quizás por curiosidad o por algo fortuito o por esas llamadas del inconsciente que a veces pasan. Ahora vivían en continentes distintos a miles, miles de kilómetros.
Habían estado enamorados platónicamente hacía ya más de cincuenta años. Pero nunca se lo habían manifestado el uno al otro.
Cuando contactaron tras unas presentaciones casi formales para asegurarse quién era cada cuál comenzaron una relación epistolar en el ciberespacio. No se vieron cómo eran físicamente en la actualidad, no escucharon sus respectivas voces, quizás por temor. Pero sin embargo comenzó a través del teclado de la computadora una relación amorosa creciente, tierna, sincera, loca, apasionada  y dulce a la vez, que a ambos los transformó mientras duró.

Ese amor tardío y peculiar fue de tal fuerza que los dos se asustaron. Ya eran casi ancianos, con existencias muy vividas y con cicatrices emocionales de todo tipo.
Les asustó la realidad, el reto que había por delante y la incapacidad para entender cómo podían sentirse tan felices en aquella fantasía solo real en una pantalla de ordenador. Y dejaron de escribirse.
Esos sentimientos desencadenados vaya a saber porqué, fueron tan intensísimos como efímera su duración temporal.
¿Fue el miedo a un desafío contra lo racional lo que los frenó?. ¿O fue el descubrir facetas inesperadas del otro que al comienzo se habían difuminado por la acción del "enamoramiento"?. Seguramente no encontraron una única respuesta.

En un momento, se sintieron frágiles, ridículos, incomprendidos y pensaron que esos comportamientos casi juveniles eran una manifestación sin más de la edad, de la soledad  y de repasar las derrotas afectivas vividas durante sus existencias.
Todo comenzó de la nada y así quedó, en nada.
Es posible que en los últimos momentos de sus vidas recuerden ese amor intenso y fulgurante aunque brevísimo y les dé algo de felicidad al final del camino.

                                                                             **
Terminé de leer el escrito de mi abuelo y se lo devolví en sus manos. Nos miramos, sonreímos y supimos ambos que compartíamos un secreto más entre los dos. La complicidad siempre había estado entre nosotros.
Sabía yo, casi desde niña, que él y mi abuela hacía años que no se querían y que solo se toleraban. Al leer esta historia de mi abuelo, una más de su vocación tardía de escritor, me di cuenta que en él aún era posible el amor y que ese sentimiento no era patrimonio de la juventud. 
Me fui a buscar a mi pareja y creo que hoy lo amo un poco más y se lo haré saber.
Georgina S.


II)  Un colaborador de Sinapsis, I. Alonso Tinoco envía para publicación este relato corto en donde se destaca el humor en situaciones cotidianas. Se transcribe a continuación.


                             EL   PODER   DE   UN   PAR

                                                         I. Alonso Tinoco

  Tras entrar en el edificio, recorrí el largo pasillo de acceso al ascensor. Como cada mañana, con el automatismo de la rutina,  pulsé el botón de llamada y esperé. A veces había suerte y el ascensor venía en seguida. Otras, había que esperar largos minutos y, encima, llegaba lleno. Entonces, era necesario dejarlo ir y esperar que volviese. Un latazo. También ocurría que, mientras esperabas, se iban añadiendo mas personas y, al abrirse las puertas, se creaba un incómodo conflicto entre la educación y la prisa, porque no caben todos los que esperan. Seguro que les suena todo esto.

 Pero esa mañana estaba de suerte: esperaba yo solo y el indicador luminoso me avisó de la llegada. Al tiempo que se abrían las puertas inicié el paso para entrar. La luz del interior me dio en la cara y entonces lo vi: el ascensor estaba ocupado por un par de tetas espectacular. Disculpen si les parezco grosero: les aseguro que no lo soy. Pero es que aquello no eran senos ni mamas ni pechos: eran tetas, qué le vamos a hacer. Resultaba imposible no verlas. Con cierto esfuerzo, descubrí que alrededor de las tetas había dos personas. Una, la dueña, que obviamente lucía un generoso escote que yo llamaría mostrador. No estaba dispuesta a pasar desapercibida. De ninguna manera. La otra persona era un tipo bastante feo y notablemente bajito, con un apósito sanitario en una mejilla. Cara de mal genio. Instantáneamente me vino la idea de que debe de ser fastidioso ver el mundo dos cuartas por debajo de los demás. Evidentemente dentro de aquel ascensor le faltaba perspectiva. O altura. O la suficiente altura para tener perspectiva.

 Háganse cargo. Éramos tres, con el bajito. El ascensor, pequeño. El par, a dos cuartas. Y todavía se estaban cerrando las puertas. Un calvario.

 De repente caí en la cuenta de que aún no había pulsado el botón de mi planta, el seis. Nada más pulsarlo tuve conciencia del error: seis plantas allí, con ese plan, eran una eternidad. Debería haber pulsado el primero o el segundo, para escaparme rápidamente, porque ya estaba pulsado el séptimo. Pero no lo pensé a tiempo. En realidad era difícil pensar en cualquier otra cosa que no fuese el par que habitaba el ascensor. A dos cuartas. Casi amenazando. Era extremadamente difícil no caer en aquel escote pero había que luchar contra el peligro. Imagínense si a la prójima le da por ofenderse y acusarnos (bueno, acusarme, porque el bajito no llegaba) de agresión visual o de machismo oftálmico, con la que está cayendo al respecto. Podría ser lapidación social, por lo menos. Pero apartar la vista ostensiblemente de lo que tienes delante puede ser muy complicado, porque denuncia precisamente lo que se quiere no mirar. El panorama en el ascensor era bastante limitado. Levanté la cara hacia los fluorescentes del techo en un arranque de curiosidad repentina por la iluminación. Pero la cosa no podía durar mucho. Acabaría pareciendo que tenía un espasmo en la nuca o que me había vuelto idiota. Al bajar de, nuevo la cabeza vi que solo íbamos por el segundo. No me había fijado nunca en lo lento que puede ser un ascensor. Decidí entonces mirarme los zapatos pero la mirada tropezó con el bajito, que todavía estaba allí. Tuve la certeza de que si le miraba un segundo más se iba a cabrear. Íbamos por el cuarto piso cuando tuve que sobrevolar el escote como para incluirlo en el catálogo de miradas normales.

 Mientras tanto, la dueña, mandando. Como si nada, pero mandando. El bajito, prácticamente inexistente. Y yo con una angustiosa falta de paisaje inofensivo.

 Qué pocos recursos tienes, me reproché. Hay que decir algo, lo que sea. Hablar del tiempo. (¿En un ascensor? ¿Con este plan? Si me dirijo a ella, parecerá que quiero ligar. Si me dirijo a éste –al bajito- va a resultar demasiado artificial. Si hablo mirando al tendido parecerá una gilipollez y, además, lo es. Mejor, sigo callado.)

 Cuando pasamos el quinto, me dolían ya los ojos de no mirar a ningún sitio. Por fin, el seis. El ascensor se detuvo. Las puertas comenzaron a abrirse. Al salir, encontré al director-gerente que  estaba en el rellano esperando para bajar. Puso cara de fastidio al ver que el ascensor continuaba subiendo hasta el séptimo y tendría que esperar el retorno. Al verme, inició un saludo rutinario pero sus ojos resbalaron sobre mí rápidamente y se clavaron en el ascensor: había detectado el par y estaba siendo abducido. Con unos reflejos que no se le suponen a ningún gerente, se lanzó entre las puertas que se cerraban y consiguió entrar. La última mirada suya que recogí, pedía comprensión.

 El gerente – un tipo duro por encima de las flaquezas humanas-  siempre había hecho gala de ser un ateo militante. Por eso aseguraba que jamás pisaría la séptima planta.

 Allí estaba la capilla. Y allí se dirigía el par. O la fe había iluminado de repente al señor director o se había caído en el escote.

 Decidí guardarle el secreto.

                                                                                     


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