Mini historias individuales. Cuarenta y cinco años atrás

Cuarenta y cinco años atrás. Mini historias individuales

R.P



Seguramente cada persona tendrá  en su cerebro mini historias de su trayectoria vital que las considerará muy importantes.

Esta mañana me sentí invadido por una de estas historias o remembranzas mientras caminaba a orillas del Mediterráneo y gozaba de los azules del cielo y del mar donde competían solo en las tonalidades turquesas a su vez rotas por la luminosidad que brotaba en espejo de las aguas al reflejarse el sol en su superficie. El recuerdo irrumpió cuando vi la fecha de hoy (24 de marzo). Mi mente viajó en el tiempo a ese día del año 1976 y en un país ahora lejano en la distancia.

Mientras caminaba y oía las olas deshacerse en esta playa española también recordé que en ese ambiente hermoso y placentero había habido  sufrimientos e injusticias durante muchos años  derivados de la guerra civil y de la durísima posguerra. Sin embargo ahora, a pesar de la situación política polarizada se vive gozando de libertades y de un estado de derecho que intenta defender la dignidad de las personas. Qué lejos de esto estábamos en 1976 en Argentina.

Recordé que en los primeros días de marzo de aquel año en aquellas tierras trataba de sobrevivir comenzando una nueva etapa de mi vida. Hacía seis meses que me había graduado de médico y no llegaba a dos meses que había sido padre de mi primera hija. Intentaba iniciar mi actividad profesional con la finalidad de ejercer en la carrera para la que me había formado pero sobre todo conseguir ser sostén de mi familia en un ambiente muy difícil, tanto en lo económico como en lo político.

Los últimos meses del año 1975 y comienzos de 1976 estaban marcados por la incompetencia y la corrupción del gobierno peronista de Isabel Perón a lo que se le agregaba la violencia del terrorismo parapolicial orquestado desde este gobierno bajo la tutela de unos de sus ministros el tristemente conocido como el brujo López Rega. Este y los equipos represivos de los cuerpos de “seguridad” secuestraban y asesinaban impunemente con la connivencia del estado. Habían creado un grupo para estos fines que lo denominaron Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).

El miedo de las personas que repudiábamos ese gobierno era intenso y creciente ya que se percibía que estaba próximo un paso más en la involución democrática no solo de Argentina sino de todos los países del cono sur americano.

 En este ambiente, las fuerzas democráticas, progresistas y las de izquierda no estaban unidas sino lo contrario ya que sobre todo las dividía la aceptación o rechazo de la lucha armada como forma de enfrentarse a la política hegemónica que tenían Estados Unidos y sus aliados locales. 

Por aquellos días y gracias a un conocido de mi padre (un sindicalista del peronismo ortodoxo), conseguí un trabajo eventual y transitorio que consistía en ir dos veces a la semana a un consultorio médico en un pueblo rural  tucumano. 

Dependiendo de una organización gremial en la que también era importante este sindicalista que antes mencioné,  aunque yo nunca conocí (era amigo de la infancia o juventud de mi padre) conseguí un trabajo que consistía en hacer urgencias en una ambulancia y actuar como médico de guardia del  sanatorio de ATOS (que creo que significaba Asociación Tucumana de Obras Sociales o algo parecido).

 Este trabajo era inestable y me llamaban según sus necesidades. Por entonces, aunque no aceptaron mi solicitud para trabajar gratuitamente en el Hospital Padilla, que por aquella época era el centro sanitario más importante de la ciudad, asistí durante un tiempo a una de sus salas de medicina interna que dirigía  un médico que a su vez era el cardiólogo de la Sociedad Española (mutua que ofrecía servicios médicos a los inmigrantes españoles y a su familias) a la que yo estaba afiliado como beneficiario desde pequeño. 

Como os contaba antes, transcurrían los primeros días del mes de marzo del 76 y el verano ya estaba en su periodo final y se dejaba ver la próxima llegada del otoño en sudamérica.

Una de esas mañanas me llamó mi padre y me dijo que pasase por su casa ya  que había llegado una carta importante para mí. Esa noche me acerqué a verlo y antes de leer la carta, al ver la cara de mis padres me di cuenta que no era nada bueno.

Efectivamente, era una convocatoria para que me presentase el 11 de marzo a las 7,30 hs en el Comando de la 5ª Brigada de Infantería de Tucumán con la finalidad de ser incorporado al ejército obviando que el año anterior había sido excluido por razones de salud al terminar las prórrogas que había ido solicitando año tras año para postergar el servicio militar obligatorio.

El miedo, el derrumbe de todos los proyectos, la indecisión y sobre todo la sensación de indefensión y de fragilidad que por entonces sentíamos las personas que rechazábamos el sistema imperante, se apoderaron de mí y de toda la familia. Todos estaban muy afligidos y opinaban, a veces de forma contradictoria en lo que era mejor hacer.

Solo unos meses antes mis padres habían recibido una visita de un comando parapolicial de la triple A en una madrugada inolvidable por el terror producido. Me buscaban entonces a mí por mi militancia previa estudiantil de años atrás o vaya a saber porqué. Afortunadamente no me encontraron. No ocurrió lo mismo con otros amigos de mi anterior grupo político que si fueron detenidos y sufrieron torturas y secuestros prolongados y también otros que perdieron su vida.

Se me presentaba un dilema complicado. Huir del país o presentarme a la convocatoria. Fueron días difíciles. Todo se venía abajo. Un tío muy querido por mí se ofrecía a sacarme del país por el norte, hacia Bolivia, escondido en una falsa cabina de su pequeño camión. Algunos  me decían que me presentase, otros que no. En fin, a través de unos amigos hablé con una jueza progresista, parienta de ellos y me aconsejó, con sus dudas, que acudiese a la convocatoria  y así lo hice.

Unos días después me encontraba, junto a otros, enfrente de la puerta de la 5ª Brigada de Infantería a las 7,30 de la mañana.

Esa madrugada antes de presentarme me afeité mis tupidos bigotes que me los había dejado el año anterior con la finalidad de “cambiar” mi aspecto y porque era una moda de entonces. Tras la visita nocturna que habían recibido mis padres unos meses antes por los comandos del terror, todas las medidas preventivas de protección parecía pocas y una de éstas era dificultarles la identificación.

La primera mañana en el ejército fue ajetreada. A la hora ya me habían cortado el pelo casi al ras, me habían entregado el uniforme de “combate” verde oliva, nos habían hecho correr en el patio del Comando del ejército y nos habían ridiculizado por los motivos por los que habíamos sido excluidos en la revisión médica del año anterior. La recepción fue un trato humillante.

Como habréis observado he empleado el plural ya que en las mismas condiciones que a mí incorporaron a otros profesionales universitarios en virtud de un decreto que se llamaba de emergencia nacional. Entre esos profesionales había médicos (la mayoría) pero también ingenieros, arquitectos, dentistas, bioquímicos y un geólogo.

Los días siguientes, previos al 24 de marzo, transcurrieron de forma similar alternando algún tiempo en la enfermería del Comando con otro  cargando un camión de arena que posteriormente descargamos en una urbanización privada donde al parecer vivía uno de los oficiales militares que nos dirigía.

El 23 de marzo todos los que estábamos dentro del ejército y quizá también gran parte de la población, sabíamos que en la madrugada del 24 de marzo se produciría el golpe de estado. Uno más entre todos los que habíamos vivido desde que habíamos nacido o también de los muchos que se habían  producido en la historia del joven país que era y es  Argentina.

El martes 23 de marzo de ese otoño del 76 nos dijeron que nos mantuviésemos con uniforme militar y nos hicieron que pasásemos la noche durmiendo o descansando en el suelo de una habitación amplia y sin muebles pero que se nos hizo pequeña para todos los que éramos más los petates que llevábamos. Desde nuestra incorporación reciente e irregular no teníamos aún destino ni lugar asignado dentro de la institución militar.

Pasamos la noche a la expectativa de lo que podía pasar. No hacíamos ningún comentario entre los compañeros que estábamos en esa sala. Existía al comienzo desconfianza y miedo. Afortunadamente tiempo después esto cambió entre nosotros.

Esa noche mientras estábamos tumbados en el suelo de aquella habitación expectantes, temerosos y desconfiados, se comenzaba a producir un golpe militar contra un gobierno corrupto, claudicante y fascista. 

Lo que no imaginábamos, quizá ninguno de los que allí compartimos esa noche de vigilia, es que se estaba iniciando uno de los periodos más ruines y sanguinarios por los que atravesaría la sociedad argentina. Un periodo donde toda la sociedad enfermó. Esta enfermedad se manifestó en una locura que alteró la convivencia y creó recelos, traiciones y desconfianza, incluso entre personas de la misma familia o amigos de antaño.

Se inició un periodo de pérdida absoluta de las libertades, de los derechos, de la seguridad y de la dignidad de las personas. Se prohibieron todos los partidos políticos y  los sindicatos, se suprimió el Congreso, se intervinieron las universidades, se dejaron de aplicar todas las garantías legales de los ciudadanos y las desapariciones y las torturas se hicieron rutinarias, estructuradas y  planificadas. Toda la sociedad lo sabía. Unos callaron por miedo, otros por complicidad directa, otros porque habían sido educados que para luchar contra el “comunismo” todo valía y otros porque decían simplemente “por algo será”.

 Pero el hilo de nexo común fue el miedo, el terror y la desprotección que sentían los ciudadanos y también la aceptación en algunos sectores sociales de ese estado por la tradición y los valores aprendidos de que todo era aceptable para enfrentarse a los  “subversivos” que eran como se había demonizado a todo el que se opusiese a las dictaduras hispanoamericanas y al imperialismo yanqui.

La mañana del 24 de marzo presenciamos un acto militar en el patio del Comando donde con palabrería patriotera y seudo viril de guerreros servidores del país,  el genocida General Bussi explicaba a sus mandos y a la tropa en formación los motivos y proyectos que  tenía el ejército tras el golpe. 

En Tucumán, el día del golpe, salvo las detenciones a los políticos peronistas del gobierno y la detención de los sindicalistas más conocidos no hubo otros hechos significativos de enfrentamientos ni de violencia aparente salvo la tristísima pérdida,  víctima de  asesinato por parte de las fuerzas de seguridad de Isauro Arancibia. Este dirigente era un sindicalista que representaba al gremio de los docentes y que durante años había defendido los derechos de los trabajadores de su gremio. Las desapariciones, torturas y muertes vendrían después.

Al terminar la formación militar en esa mañana del 24 de marzo,  el subteniente que estaba a cargo de la enfermería me ordenó que lo acompañase en un vehículo militar a la estación de ferrocarril que estaba en la zona que entonces se llamaba del Bajo.

Fue en esa salida donde sentí en mi cerebro y en mi corazón que algo había cambiado radicalmente. Recorrí la ciudad montado en la caja de un camión militar y las mismas calles por las que en ese momento transitaba y en las que antes había paseado, jugado, disfrutado, protestado y vivido como una persona que se sentía libre y que deseaba la libertad y la justicia para todos los argentinos, se había transformado en pocas horas en una cárcel sin rejas.

Era en ese momento y ya al  día siguiente del golpe, una ciudad atemorizada, castrada, recelosa, peligrosa y frágil. 

En una noche parecía que habíamos retrocedido décadas. En ese momento tomaba conciencia que toda la formación recibida sobre la democracia, la ilustración, los sueños de justicia de la juventud, habían sido aniquilados con una violencia silenciosa y oculta hasta entonces, desconocida en la historia de ese joven y contradictorio país. Muchas de las historias que desde ese momento sucedieron, años más tarde quedaron reflejadas en un libro que debería ser leído por todos y que se tituló Nunca Más.

   


R.P



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