-Es la geografía estúpido-. Otra vez la guerra. F. Soriguer

Es la geografía,  estúpido

 

Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academias Malagueña de Ciencias. 




 

Unos meses antes de que Rusia invadiera Ucrania, leí el “Arte de la guerra” de Sun Tzu. Había oído hablar tanto de este libro, había dejado pendiente su lectura tantas veces, que al verlo en el mostrador de una librería no me resistí a comprarlo. Confieso que me decepcionó profundamente. Escrito en el siglo V antes de Cristo por un famoso estratega militar chino, hoy sigue siendo un libro muy influyente y estudiado en las escuelas militares y también en las escuelas de negocios. O eso dicen. Es cierto que el autor reconoce que la mejor estrategia militar es la que es capaz de evitar la guerra, pero el resto del libro es un conjunto de obviedades en forma de esas máximas orientales que parecen de una gran profundidad pero que, en sí mismas, están huecas pues sirven tanto para un roto como para un descosido. Lugares comunes que nos traen a estos días en los que asistimos estupefactos y sorprendidos a la invasión a sangre y fuego de Ucrania por Rusia. Porque es la estupefacción la emoción generalizada y que, probablemente más compartimos con la mayoría de los ucranianos, ya que, aunque sí imaginar, es imposible compartir su sufrimiento.

 

 ¿Cómo es posible que estemos asistiendo a esta guerra devastadora, a esa masacre, a este éxodo, a esta invasión de un país por otro mucho más poderoso militarmente? ¿Cómo es posible que vuelva la amenaza de guerra nuclear?  Es, de nuevo, la guerra, la más extrema de las violencias, la misma guerra sobre la que Sun Tzu teorizaba hace más de 2500 años, como si la guerra fuese la más normal de las costumbres humanas. Y es esta perseverancia en el tiempo, lo que hace que su lectura, sus obviedades, sus lugares comunes, lo conviertan en un libro estúpido y para estúpidos. Una muestra descomunal de la estupidez humana a lo largo de la historia.  Es la guerra de nunca acabar. Una guerra que comenzó con Caín y que no ha dejado de estar presente en toda la historia humana, generación tras generación. Para la mía, la única y gran diferencia es que hasta ahora todas las guerras parecían las guerras del fin del mundo, que ocurrían en esos lugares lejanos de los que escribiera Vargas Llosa. 


 Para muchos de nosotros, desde luego para la mayoría de los españoles, esta guerra es la caída definitiva de un caballo, que comenzó a desbocarse con la guerra de los Balcanes y que ha seguido después con Irak, Libia, Yemen, y todas las guerras de África.  De los cuatro jinetes del Apocalipsis (el del caballo blanco, que representa el afán de poder, de conquista y de gloria, el del caballo negro (la muerte), el del caballo bayo (el hambre), el del caballo rojo (la guerra), es este último el más humano de todos, porque es, en teoría, aquel que sería más fácil de domesticar y de cabalgar. Y sin embargo de nuevo sobrevuela el más sanguinario, el más perverso de todos los jinetes del Apocalipsis: “Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía: «Ven». Entonces salió otro caballo, rojo. Al que lo montaba se le dio una gran espada y se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros” (Libro del Apocalipsis).

 

La memoria es flaca y las nuevas generaciones parecen haber olvidado el horror de las dos grandes guerras del siglo XX. Entramos en el siglo XXI con una guerra cuya naturaleza pudiera haber servido a Sun Tzu para redactar ese manual que tanto entusiasma aún a los estrategas de la guerra. ¿Porque, cual es la razón de esa guerra? No, no es ideológica, no es religiosa, ni siquiera en el fondo es económica, aunque algunos así la consideran dándole de esa manera alguna legitimidad. De hecho, esta guerra es entre dos grandes bloques capitalistas. Uno con una democracia capitalista y el otro con un capitalismo desaforado, autoritario, estatalita y de casino.  Es, a mí me lo parece, una guerra antigua, primaria, bárbara, tribal.  Rusia, convertida en una gran tribu ejerce el derecho de conquista tal como lo hicieron a lo largo de todas las historias, todas las hordas, todas las tribus, todos los tiranos. Es la llamada de la naturaleza sin atributos. Las mismas razones que las partidas de grandes simios cuando defienden sus territorios en lo más profundo de la sabana o de los bosques asiáticos o africanos. Es la geografía una vez más. Animales inacabados carentes de los mecanismos de autocontrol de los instintos bestiales. Así somos los humanos si así parecemos. 

 

Solo la cultura es capaz de detenernos y la cultura se ha demostrado claramente insuficiente para neutralizar la llamada de la bestia que todos los humanos llevamos dentro.   No hay muchos motivos para mantener la esperanza en la especie humana, ese animal inacabado. La declaración universal de los derechos humanos es una adquisición tan reciente que apenas si sirve de mecanismo de apaciguamiento ante la violencia cainita. Solo la democracia y el feminismo se han demostrado capaces de impedir las grandes matanzas. Entre ninguno de los países con democracias liberales ha habido guerras devastadoras, pues han incorporado a su lógica, la ética del diálogo, del consenso, de la transacción, de los acuerdos, de la prevalencia de la ley.  Incluso en situaciones de gran violencia como ha sido en España el caso de Cataluña, al menos hasta ahora, ha prevalecido, la gestión política del conflicto a la gestión bélica y la violencia institucional, a veces extrema, ha permanecido dentro del disenso civil y jurídico de las instituciones democráticas. Las democracias no garantizan la paz, pero si la ausencia de guerra como mecanismo de resolver los conflictos.   

 

La otra esperanza es el feminismo. El feminismo es un movimiento democrático y antibelicista. En Ucrania todas las conquistas del feminismo han saltado por los aires. Una de las cosas más evidentes de esta guerra es la diferencia de roles entre los hombres y las mujeres ante la barbarie. Mientras las mujeres, luchan para garantizar la supervivencia de la estirpe, huyendo de las bombas con sus hijos, en caravanas trágicas y épicas, los hombres luchan y mueren, como en los sitios medievales, por la defensa del territorio a manos de otros hombres que luchan y mueren para intentar arrebatárselo. En la guerra, en todas las guerras, la igualdad de los géneros desparece y todo vuelve al punto de partida. “La misma guerra ejerce una división espantosa entre hombres y mujeres: ellos han de quedarse para defender la patria, ellas tienen que internarse en terreno desconocido, amparando a niños, abuelas, enfermos” (escribe Elvira Lindo). Por eso el futuro de la humanidad depende de una democratización universal en donde los hombres y las mujeres puedan desarrollar en igualdad sus proyectos de vida. Mientras esto no ocurra, los hombres seguirán matándose entre sí y las mujeres huyendo del horror y de la barbarie. Seguirá habiendo guerras de las que mañana todos nos avergonzaremos, si es que antes la llamada de la tribu no nos lleva a todos por delante y entonces ya nadie podrá contarlo.  

 

 

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