Poemas: Haikus de Basho

 Poemas para la vida: Haikus de Basho

Javier López Iglesias. hoyesarte.com




Matsuo Basho (Ueno, 1644 - Osaka, 1694), maestro del haiku y uno de los máximos representantes de la poesía japonesa de todos los tiempos, ha tenido una influencia decisiva en la lírica europea contemporánea. Brevísimas composiciones de tres versos, que en español se rigen por la métrica de 5-7-5 sílabas, los haikus miran e invitan a mirar a nuestro alrededor. Esa observación vibra y queda temblando en el interior del lector.

Viajero incansable, Basho se trasladó por su país recitando unas composiciones sencillas y profundas que defienden que todo está aquí: En la inexplicable luz de una luciérnaga, en una brizna de hierba, en el ladrido de un perro, en el vuelo herido de una hoja o en la mosca que zumba atrapada en una mano.

Como señala Beñat Arginzoniz, traductora de la excelente edición al español de la obra completa del japonés, “la poesía de Basho es un producto de su tiempo y lugar, pero su habilidad para capturar y transmitir aspectos universales de la humanidad y de nuestro mundo hacen que sus poemas sean intemporales”.

Entre la voz y el silencio, un buen haiku nunca termina de decirse y continúa retumbando como un símbolo en nuestro interior, volviendo una y otra vez, como un eco en el eco de otro eco.

Recogemos algunos ejemplos de los más de mil surgidos de la mano de Basho:


También mi nombre

se lo llevará el río

como a las hojas.


La suave brisa,

la risa de las flores:

Es primavera.


Mis ojos brillan

de tanto contemplarte,

flor de cerezo.


Las aves tristes,

se va la primavera.

Los peces lloran.


Bajo un sombrero

disfruto de la sombra,

aún estoy vivo.


Luna de agosto,

redonda como un tronco

recién cortado.


El mar ya en sombra,

los gritos de los patos

son casi blancos.


Lirio púrpura,

te miro y crece en mí

este poema.


¡Oh, luciérnaga!

Pronto desapareces…

La luz del día.


Primeras flores,

mi vida se prolonga

sólo por verlas.


Todo está en calma.

Chirridos de chicharras

perforan rocas.


Mira ese pino

parece estar creciendo

sobre la niebla.


El cuco canta

siempre lejos del mundo

de los poetas.


Vayamos juntos

a contemplar la nieve

hasta agotarnos.


Año tras año

se alimenta el cerezo

de hojas caídas.


Un relámpago.

El grito de la garza

iluminada.


Qué admirable,

un relámpago y nadie

comprende nada.


Cuando el cerezo

florece, nada sé

como el poeta.


Cae una hoja

y comienza a volar

la luciérnaga.


Este camino

nadie ya lo recorre,

salvo el crepúsculo.


El viento helado

entró en mi corazón.

Salgo de viaje.

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