Defensa de la impuntualidad. I. Alonso Tinoco

                                       Defensa de la impuntualidad


                                                             Ildefonso Alonso Tinoco



Hay gentes poco comprensivas. Figúrense que pretenden comportarse como un reloj digital: exactamente, puntualmente. La puntualidad -además de ser un defecto insufrible- es una utopía.

Partamos de la imposibilidad real de la puntualidad. A las ocho en punto. ¿Según qué? Porque, a buen seguro, tu reloj no marca exactamente la misma hora que el mío.Y, probablemente, ni el tuyo ni el mío coincidan con la hora oficial. Todos sabemos que puede haber distintas horas oficiales en un mismo Estado; en España hay dos: la peninsular y la canaria; en otros países hay tres e incluso cuatro. Luego, si se quiere rigor a ultranza, habría que especificar. Pero, además, la hora oficial no coincide con la astronómica que es más objetiva que la oficial. A su vez, es imposible determinar con exactitud la hora astronómica, porque depende de los aparatos de medida y del método empleado para medirla; los distintos observatorios del mundo tienen también sus discrepancias al determinarla.

Pero hay más. Los astros no se sienten siempre en la obligación de ser absolutamente regulares; tienen sus pequeños pecadillos, para desesperación de astrónomos.

Después de esto, resulta -por lo menos- pretencioso decir solemnemente “a las ocho en punto”. Si el Sol no es absolutamente puntual ¿cómo voy a serlo yo?.

En cualquier caso, los márgenes de error que puede suponer todo este lío de relojes atrasados o adelantados, horas oficiales, astronómicas, aparatos, métodos y caprichos cósmicos, destroza la cuestión de las ocho “en punto” y abre la puerta a una impuntualidad “fisiológica”. ¿No es posible que llegando a las ocho y dos minutos, se esté más cerca del último capricho solar que del reloj de cualquier puntual? ¿O le vamos a corregir la plana al Sol?.

La puntualidad refleja, más que nada, el deseo de no esperar; pero la pretensión de exactitud es ingenua por imposible y, además, egoísta. Las personas normales, es decir impuntuales, somos más complacientes: no pretendemos llevar en la muñeca la actualidad cósmica y no nos resulta un crimen el hecho de que nos esperen un ratito. Después de todo, tampoco suele importarnos esperar. Es como más cordial y menos serio; la impuntualidad implica, por sí misma, una relación más íntima ya de entrada: -Es un poco tarde, ¿no? ¿Me perdonas? Es que me hacen daño los zapatos y...

Algo así dicho por una mujer que llega veinte minutos tarde, resulta un suculento pretexto para ahorrarse los saludos protocolarios y pasar directamente a un perdón cariñoso que puede ser el prólogo de otras cosas mucho más cariñosas todavía. Hasta tal punto es así que pienso se debe ser algo impuntual por amabilidad. Yo soy muy amable.

¿Y querrían creer que hasta hay quien se molesta? No comprenden nada, desde luego. La puntualidad estricta tiene la frialdad protocolaria de unas relaciones comerciales mal llevadas. Es casi un reto de formalidad. Muy poco simpática.

Por el contrario, la flexibilidad horaria (dicho así parece otra cosa, ¿verdad?) tiene muchas aplicaciones. En primer lugar, comprobamos que la otra persona tiene verdadero interés por vernos: nos está esperando. (O estamos esperando, que tiene igual significado.) Es un buen dato para comenzar una relación.

Además, en el terrero laboral, juega un papel amortiguador muy poco valorado. Fíjense: para un jefe cualquiera es un pretexto excelente para bronquear a un subordinado; como la sangre no suele llegar al río, el jefe puede sentirse feliz mientras –de paso- descarga sus coronarias, lo cual es buenísimo para su salud amenazada. Un empleado irreprochable es algo sumamente cargante; cualquier jefe podría decirlo.

Si es el jefe el que tiene la delicadeza exquisita de no ser puntual se ofrece a sus inferiores como blanco de las críticas, lo cual es una auténtica necesidad vital para todo subordinado decente. Es preferible ser criticado por impuntual que por cualquier otro motivo. Parece que la distancia entre la jerarquía y los simples mortales se reduce con ello. Se rebaja la inquina y gana la paz social. Y la coronaria.

Como ven, una auténtica bendición. Yo, como podrán suponer, soy un auténtico benefactor de la humanidad y practico la impuntualidad con bastante aplicación. Todos me quieren mucho. Cada vez que estoy poniendo verde a alguien, el alguien me contesta: “pero tú siempre llegas tarde”. Y todos tan felices.

Claro que todo tiene su dificultad. Ser un buen impuntual es un arte: hay que cultivarlo y practicar mucho. Por ejemplo: una irregularidad fija en las citas deja de tener encanto; bastaría con llegar sistemáticamente diez o quince minutos tarde. Eso no vale. Pierde toda emoción y el calor humano. La cosa tiene que ser espontánea, natural, imprevisible. A veces se hace preciso, incluso, llegar a la hora más o menos exacta, Lo cual se convierte en todo un acontecimiento encantador y, de paso, uno se permite pillar en renuncio al oponente, que llega tarde engañado por la tradición.

Desde entonces, sorprendido in fraganti, es posible que nuestro oponente confiese que cultiva en secreto la misma afición o incluso, que renuncie definitivamente a la horrorosa manía de la puntualidad.

Habremos ganado un alma, arrancándola de la odiosa esclavitud del tiempo.

I.A.T


Comentarios

  1. La reflexión de Alfonso Tinoco elogiando la impuntualidad no puede ser más oportuna. Este país, con su obsesión por Europa, ha tirado por la borda una parte de sus buenas costumbres, como la impuntualidad que con tan buen tino Tinoco recupera. !Qué razón tiene!. La puntualidad es una forma de patología social. Un fundamentalismo impropio de personas civilizadas. Cosa de gentes como los puritanos protestantes, esos fanáticos capaces de creer que la Fe nos salva. Un acto de Fe la puntualidad. En la tradición católica y mediterránea la puntualidad era un pecado venial, como los achuchones de los que los adolescentes se confesaban todos los sábados antes de la comunión dominical. El comienzo, en fin, de cualquier conversación civilizada. Se suele decir que no hay nada como la Fe de un converso. Yo lo he sido durante muchos años. Un obseso de la puntualidad. Hasta que me jubilé. Ahora solo soy un puntual teórico y espero que con los años se me vaya pasando del todo. Porque ahora no hay ninguna cita ineludible y a la única inevitable, esa que a todos nos espera, es mejor llegar lo más tarde posible. Hay una historia sobre la puntualidad que me gusta mucho y que creo que abunda en las muy serias y sólidas razones que da AT para no ser puntual. En el siglo XIX los misioneros protestantes daneses intentaron evangelizar a los Inuit de Alaska. Uno de ellos envió a la metrópoli el siguiente informe. “Los niños Inuit encantadores. Solo tienen un problema, suelen llegar a la escuela con 48 horas de retraso”.. ¿Impuntuales los Inuit?. No, los impuntuales eran los misioneros daneses que no se habían enterado de nada. Las personas puntuales son como relojes suizos y no es raro que con el paso de los años, si no se curan, se les ponga cara de cuco.

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