Artículo periodístico recomendado
La semana pasada se publicó este artículo en El país semanal. El autor es Javier Marías. Hace una lectura de nuestra realidad actual. Os invito a leerlo y a reflexionar.
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Exasperación
inducida
Javier Marías. El País
semanal. Junio 2018
Están de moda la ira, la indignación y el furor.
Todo es “intolerable” e “histórico” y “cataclísmico”, y las multitudes deciden
qué es punible.
CIERTO QUE LA SITUACIÓN de nuestro país no invita
al optimismo ni a la tranquilidad. Tampoco la del mundo, con individuos
ególatras como el lunático Trump, el artero Putin y el ya vitalicio Xi como
máximos acumuladores de poder. Pero todavía (cuando esto escribo) no hay nada
demasiado trágico ni absolutamente irremediable. No existen guerras de entidad,
y eso ya es mucho teniendo en cuenta cuál es la empecinada historia de la humanidad.
Numerosas familias viven en la pobreza o están a
punto de caer en ella, pero tampoco hay una hambruna generalizada (hablo sólo
de nuestros países occidentales, claro está). Por suerte, ninguna de las plagas
con que la OMS nos alarma cada año se han convertido en tales. En cuanto a
España, dentro de la gravedad, a lo largo de casi seis años de procés no
se ha producido un solo muerto, y no era difícil que cayera alguno. ETA
paró de matar y se ha disuelto, y nunca está de más recordar cuántos asesinatos
cometía al mes durante los ochenta y los noventa del pasado siglo.
Y sin embargo, desde hace por lo menos un lustro
percibo en la gente un estado de exasperación al que personalmente no veo mucha
justificación. Lo percibo a nivel colectivo y a nivel individual. He hablado
aquí de esos sujetos que no pasan una; que, si cometen una infracción y alguien
se atreve a afeársela, son capaces de agredir a ese alguien o de pegarle un
tiro. Hay demasiados sulfurosos que saltan por cualquier cosa, y a la primera.
Lo mismo sucede con las masas: en seguida se encolerizan, no vacilan en echarse
a la calle para protestar o maldecir, unas veces con razón y otras con exageración.
Están de
moda —extraña y desagradable moda— la ira, la indignación, el furor.
Todo es
“intolerable” e “histórico” y “cataclísmico”, cualquier abuso es tildado de
“genocidio” (hubo quien así calificó las estúpidas cargas policiales del 1
de octubre en Cataluña), las multitudes deciden qué es punible, y lo que opinen
jurados o jueces les trae sin cuidado. El asunto más baladí se convierte en
cuestión de Estado o por lo menos de referéndum. Yo supongo que parte de la
culpa de la exasperación continua y en el fondo inmotivada la tienen las redes
sociales, que por suerte no he frecuentado jamás. Muchos ingenuos se
informan sólo a través de ellas, y así tienen una visión permanentemente
distorsionada, falseada y melodramática de la realidad. Pero no son sólo
ellas, o bien es que ellas han contagiado e infectado a los periódicos y a los
telediarios.
Supongo que parte de la
culpa de la exasperación continua y en el fondo inmotivada la tienen las redes
sociales, que por suerte no he frecuentado jamás
Estos últimos (sean los parciales y torpísimos de
TVE o los parciales y bufonescos de la Sexta) no sólo disparan sus decibelios
para tratar cualquier tontada, sino que exprimen la tontada en cuestión hasta
convertir sus informativos en extenuantes monográficos. Si hay nevadas, se
anuncian catástrofes varias durante veinte minutos; si se cae un árbol que mata
o no mata, logran que la población entera mire todos los árboles con pavor y no
ose entrar en un parque; si un par de políticos han falseado o inflado sus
curricula (algo que seguramente hace el 80% de la ciudadanía), eso ocupa
horas y horas de noticias y tertulias a lo largo de jornadas sin fin; si una
pareja de líderes se compra un chalet, corren ríos de tinta y palabra al
respecto y se organiza un megalómano plebiscito para ver si puede seguir en el
cargo (en este sentido estoy muy decepcionado de que en su momento Pablo
Iglesias no consultara a las bases podemitas si podía ponerse corbata o no; se
le ha visto llevar sin permiso tan sospechosa prenda más de una vez).
Los sucesos, que hasta hace unos años eran
noticias secundarias, se han adueñado de los informativos, trasladándole al
espectador una sensación de que se delinque sin parar, de que estamos
amenazados por mafias internacionales sin cuento, de que millares de ciudadanos
son asaltados o violados, de que vivimos acogotados: cuando lo cierto es que
España es, por fortuna, uno de los países con más bajos índices de criminalidad
del planeta (no quiero ni pensar que nuestra situación fuera la de Venezuela,
México, Honduras o Estados Unidos, con sus demenciales matanzas en las escuelas
y por doquier). Este alarmismo perpetuo, esta exageración deliberada, esta
alerta inducida en la que nos sumergen los medios, va minando nuestro ánimo y
nuestra templanza. La gente vive en vilo e innecesariamente sobresaltada, va de
susto en susto y de irritación en irritación.
Yo mismo he comprobado este histerismo, tras
escribir opiniones tan inocuas como que cierto tipo de teatro no me gustaba
o que me era imposible suscribir la grandeza de una poeta
santificada por decreto municipal. Se ha conseguido no sólo que muchas personas
estén exasperadas, sino que busquen más motivos de exasperación, que se nutran
de ella y se regodeen en ella; y que, si no los hallan, se los inventen. Hace demasiado
tiempo que nada se vive con sosiego, que la existencia cotidiana está
contaminada de desquiciamiento, que casi todo es objeto de desmesura y
exageración. Francamente, no creo que sea la mejor manera de pasar de un día a
otro, y eso, nos guste o no, es lo que nos toca a los vivos, pasar serena y
modestamente de un día a otro y atravesar las noches sin angustias extremas.
Inclementes políticos, periodistas y tuiteros: déjennos intentarlo, por favor.
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