La mujer, la luna y la obstetricia. I. Alonso Tinoco

La mujer, la luna y la obstetricia

I. Alonso Tinoco




Seguramente todos hemos oído alguna vez que en luna llena hay más nacimientos, más partos. ¿Es cierto?

Esta es una bella historia que comenzó hace algunos miles de años. Quizás en el Paleolítico Superior. Por entonces, nuestros antepasados más recientes, vivían en cuevas y abrigos naturales. O mejor aún: se refugiaban en cuevas y vivían prácticamente a la intemperie. Recolección y caza. Vida seminómada, acompañando a las manadas de herbívoros en sus migraciones. Los rituales funerarios evidencian su creencia en la ultratumba: espíritus, fuerzas misteriosas, dioses, magia. Es preciso hacer un esfuerzo de imaginación para colocarse en su lugar. La noche era absoluta, larga y temerosa. El negro cielo, cuajado de estrellas que brillaban con una limpieza desconocida para nosotros. El tenso silencio nocturno, habitado por ruidos inquietantes. Y la luna. Indiscutible señora de la Noche.

Sin referencias concretas, el tiempo es lento y continuo. La contemplación es forzosa; no hay alternativa. La noche es una intensa vivencia que penetra, sobrecogedora, por todos los sentidos.

En la infinita serie de noches, se descubre que la Luna cambia. Va cambiando progresivamente de modo misterioso pero cíclico. Pronto se convierte en referencia, la única referencia posible; cada ventiocho días, vuelve la misma Luna al cielo: es el mes lunar. Calendario misterioso pero calendario al fin.

Curiosamente, las mujeres de la tribu sangran por los genitales cada ventiocho días. De modo que, cada mujer, sangra coincidiendo siempre con determinada fase de la Luna. Es decir: cada hembra tiene su Luna. No puede ser casualidad. En el mundo mágico nada es casualidad. Evidentemente hay una relación (1). Si la mujer no controla a la Luna –y es evidente que no- es la Luna la que controla a la mujer. La Luna es una entidad superior, inalcanzable, misteriosa y controla el cuerpo de las mujeres: es una diosa. Evidentemente, una diosa hembra. Del mismo modo que los signos del Zodíaco, en la mentalidad mágica, clasifican a los hombres implicando una serie de características, es muy probable que existiera toda una hermenéutica de La Luna. Así, habría “mujeres-luna llena” a las que se atribuirían determinadas propiedades y “mujeres-luna nueva” con las suyas. Algunas, favorables; otras, negativas. Unas, más estimadas; las otras, desestimadas, despreciadas ó, tal vez, malditas y temidas. ¿Nacieron de aquí “las brujas”?

Pero sigamos. Algunas hembras del grupo, de vez en cuando, están gestantes. Cuando gestan, no sangran. Y esto dura, exactamente, diez lunas (diez veces cuatro semanas son cuarenta semanas, duración de la gestación humana según la amenorrea). De modo que la gestación es un múltiplo, “aproximadamente exacto”, del ciclo lunar y además un múltiplo especialmente redondo: diez, los dedos de las manos. ¿Puede estar más claro? La Luna, diosa femenina, controla los ciclos menstruales que, evidentemente, se relacionan con la fertilidad. La gestación y el parto están igualmente –“lógicamente” podíamos decir controlados por la diosa ya que son diez lunas exactamente lo que dura el proceso.

Por lo tanto, la plenitud de la diosa (luna llena) debe de producir el mayor efecto posible (acúmulo de partos).

La Luna se convertirá así en la diosa femenina por excelencia, vinculada a la fertilidad y a los partos. Versión nocturna de la Diosa Madre o Madre Tierra que puede rastrearse en los orígenes de todas las culturas.

Representa la abstracción divina de lo femenino en oposición complementaria a la divinidad solar masculina (noche-día, hembra-macho, frío-calor, fertilidad-fertilizante, tierra-agua, suelo-cielo,...)

En las cosmogonías de todas las culturas encontramos estas parejas opuestas y complementarias como explicación del mundo (Diosa Tierra/Luna-Dios Solar; Magna Mayer-Helios; Isis-Osiris, Gea-Dionisio, Yin-Yan...) De la conjunción de ambos elementos surge la Vida y el hombre.

Pero volvamos a La Luna. En el panteón fenicio, se llama Astarté y Tanit con los cartagineses. El culto de Astarté-Tanit es traído a Turdetania, de donde se extiende a casi toda la península, durante la segunda guerra púnica. Es simbolizada con el creciente lunar y también con las espigas y el arado (fertilidad)-

Entre los celtíberos, según García Bellido Schulten, Caro Baroja y otros, se adoraba a la Luna pero su nombre era tabú. Se ha asociado con el matriarcado de los pueblos del norte peninsular (vascones, astures...). Julio Cesar cuenta cómo los galos median el tiempo no por los días sino por el número de noches y sus rituales estaban vinculados al plenilunio (recogida del muérdago, Plinio). La religión druida está fuertemente asociada a la noche.

En Egipto es Isis; en Siria, Salambó pero, tras el ropaje de cada cultura..., está la Luna. La Literatura, e incluso la Filosofía, a lo largo de la Historia están salpicadas de referencias al poder obstétrico de la Luna. En una de nuestras joyas literarias –“La Celestina”, acto catorceno- se habla de la “menstrua luna”. A todos, de alguna manera, nos ha llegado la onda.

Pero cuando los estadounidenses tuvieron el “mal gusto” científico de estudiar medio millón de partos informáticamente, la cuestión quedó definitivamente zanjada: No hay ninguna relación entre los ciclos lunares y la frecuencia de los partos. Se trata tan solo (y nada menos) de una pervivencia mágica que nos llega de lo profundo del Paleolítico a través de leyendas, tradiciones y mitologías.

Casi diría que es una pena. Me apetece más creer en los poderes de la Luna que en la bioquímica de las prostaglandinas pero está visto que la ciencia no suele llevarse muy bien con la creencia.

(1)Relación, “religarse”, religión.

Comentarios

  1. Me parece muy ameno, ágil y elegante, Alfonso / Idelfonso 😀🙋‍♂️

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